miércoles, 26 de febrero de 2025

POEMA: PROTEGERTE

 
Quisiera tener brazos grandes
para cubrirte con ellos
y no dejar que nada te pase
que nada de lastime.

Quisiera ser el aire que respiras
para devolverte la tranquilidad
y la paz que necesitas
cuando algo sale mal.
 
Quisiera darte mis fuerzas
cuando las tuyas flaquean,
regalarte mis dones
para que no te atormentes.
 
Te daría mi vida
si fuera necesario
y donaría lo poco que tengo
para sólo verte sonriendo.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2021.

Imagen generada por IA.

jueves, 20 de febrero de 2025

RELATO CORTO: MÍA EN BLANCO Y NEGRO

Ojalá fluyera como este riachuelo: avanzar y solo avanzar a pesar de las piedras que se interponen en el camino.
Eso pensaba Mía al coger una piedra, sentir la pequeña corriente y el agua fría bajo sus pies y manos.
Mía llevaba toda la mañana caminando por el bosque, sintiendo el frío en su rostro y escuchando únicamente el sonido de sus pisadas en medio de tanto silencio. Solo caminaba y caminaba, tratando de no pensar; quería escapar, olvidar, desconectarse de todo y de todos, de su pasado, de su presente y de los problemas que la agobiaban. Entonces, se encontró con aquel riachuelo y, como si buscara redención, algún tipo de milagro o magia, se quitó las zapatillas y las medias, y caminó entre las piedras hasta llegar al centro del riachuelo. Allí cogió una piedra y comenzó a jugar con ella, concentrándose únicamente en ese instante.


Empezó a jugar con las piedras, una a una, como si buscara respuestas, pensando en todo y en nada a la vez. Aquel frío día de otoño, Mía se sentía sola. Su corazón latía con tanta fuerza que dolía, sus piernas temblaban y su respiración era agitada. Se sentía agotada mental y emocionalmente.
Esa mañana en particular, todo a su alrededor parecía en blanco y negro (muchos días de su vida los veía así). No podía respirar y solo quería alejarse para desconectarse del mundo y, a la vez, volver a conectar consigo misma, porque se sentía perdida.
Su mente, su alma y su corazón estaban en desorden. Sus sentimientos y pensamientos no coincidían. Empezó a tener ideas extrañas y sintió miedo. No entendía qué le pasaba... Así que, muy temprano en la mañana, salió a caminar, buscando respuestas, tratando de encontrar una señal, una luz al final del camino.

Pero ya en el riachuelo, por más que jugó con las piedras, por más que intentó sentir o pensar en algo más que la soledad, no encontró respuestas, ni milagros, ni magia... nada. Solo vacío y desorden.
Pensó que nada valía la pena, que la vida no tenía sentido. Pensamientos oscuros rodeaban su mente, aunque, en el fondo, quería seguir viviendo. Pero ya no tenía fuerzas. Y lloró. Lloró mucho, tanto que sus lágrimas se fundieron con la corriente del riachuelo y se alejaron con ella.
Nuevamente colocó sus manos en el agua. Ya no la sintió tan fría; estaba más cálida. Se sintió más ligera. Un ventarrón la sacudió un poco, y para ella fue como el tirón de un ángel, como si Dios o el universo le susurraran que estaba viva y que, mientras hay vida, hay esperanza.

Le tomó tiempo reflexionar y valorar su existencia. Permaneció allí, mirando y sintiendo la naturaleza a su alrededor, escuchando atentamente cada sonido: los árboles, el agua, las aves, el viento... Sin darse cuenta, habían pasado muchas horas desde que salió y llevaba el tiempo suficiente en el agua como para notar sus manos y pies arrugados.
Observó nuevamente el riachuelo y las piedras. Esbozó una pequeña sonrisa y se dijo a sí misma: "Debo volver a intentarlo. No me rendiré así de fácil."
Se puso de pie, amarró su cabello, respiró hondo y comenzó a salir poco a poco hasta llegar a la orilla. Aún estaba algo confundida, pero con más valor y fuerza.
Al dar el primer paso para marcharse, sintió dudas. Pensó que aquel era un buen lugar para quedarse un poco más, pero ya era hora de irse. Sin embargo, echó un último vistazo al riachuelo y, una vez más, pensó:
"Ojalá fluyera como este riachuelo: avanzar y solo avanzar a pesar de las piedras que se interponen en el camino."
Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024

Imágenes generadas por IA

jueves, 13 de febrero de 2025

POEMA: MI TIEMPO


Mañana podría sonreír
si tan solo siguieras aquí;
hasta podría olvidar
lo que he tenido que callar.
 
Ayer tuve que llorar
porque ofendieron mi dignidad;
de odio llené mis días
y el llanto suplantó mi alegría.
 
Hoy podría estar tranquila
si olvidara la agonía
de tu partida, de tu despedida,
de tu olvido y de tu adiós.
 
El tiempo me resulta doloroso
porque perdí el gozo de vivir;
ahora solo toca seguir y fingir,
y hasta a mí misma, tener que mentir.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2003.

Imagen generada por IA.

jueves, 6 de febrero de 2025

RELATO CORTO: UN MILAGRO INESPERADO

Era el año 1999, y por primera vez, Isabel haría un viaje largo y sola. Tenía 15 años y estaba acostumbrada a recorrer distancias cortas de dos o tres horas, ya fuera sola o con sus padres, pero este viaje era diferente: duraría aproximadamente 36 horas, y durante el trayecto tendría que cambiar de autobús, comprar pasajes y socializar solo lo necesario, pues siempre le habían enseñado que "no se debe hablar con desconocidos ni aceptarles nada de comer u objetos extraños".

Isabel vivía en Chiclayo y su destino era Moquegua. Iba a visitar a su abuelo, quien la había invitado e insistido en aquel viaje. Isabel era su primera nieta y él anhelaba verla de nuevo. Hacía muchos años que la había dejado de ver, pues cuando él partió, ella era solo una niña y apenas lo recordaba. Sin embargo, le agradaba la idea de reencontrarse con él y conocer nuevas ciudades.

Su abuelo había viajado por trabajo con la intención de quedarse solo dos años, pero terminó enamorándose y prosperando en su empleo, por lo que decidió establecerse definitivamente. Sus tres hijos lo visitaron en algunas ocasiones, pero debido a la distancia, el trabajo y el costo del viaje, esas visitas se fueron volviendo esporádicas hasta que, finalmente, dejaron de realizarse. Con el tiempo, el teléfono se convirtió en su única conexión. Ahora que era mayor, los viajes largos le resultaban difíciles.

Gracias al apoyo de sus tíos y sus padres, Isabel pudo concretar el viaje, llevando cartas, paquetes, saludos e ilusiones. Sus padres no estaban del todo convencidos de que fuera sola, pero ya todo estaba planeado. Al llegar a Lima, debía llamar por teléfono tanto a sus padres como a su abuelo para coordinar su llegada y que él pudiera recogerla.
El viaje de Chiclayo a Moquegua transcurrió sin problemas. Los autobuses salieron a la hora esperada y no hubo contratiempos.

Al llegar a Moquegua, Isabel sintió una gran emoción. Cerca de la puerta de desembarque, vio a un señor que se parecía mucho a su padre. Dedujo que debía ser su abuelo, y él, al verla, también la reconoció de inmediato: tenía la misma mirada traviesa de su nieta y un gran parecido con su hijo. Además, pudo identificarla por la ropa que llevaba puesta. Se saludaron con cierta timidez al principio, pero enseguida se fundieron en un cálido abrazo.

Durante la semana que pasó en Moquegua, visitó algunos lugares turísticos como iglesias, casonas y parques. También viajó a Ilo, donde disfrutó de la playa, se llenó de energía y agradeció por aquel maravilloso viaje. Su abuelo hacía todo lo posible por pasar tiempo con ella, aunque sus obligaciones laborales lo limitaban. La esposa de su abuelo la trató bien, e Isabel les insistía en que volvieran a Chiclayo o que al menos los visitaran, pues todos extrañaban a su abuelo.

Un día, mientras estaba en casa, le pidieron que preparara ceviche. Daban por sentado que todos los norteños sabían hacerlo, pero Isabel no tenía experiencia en la cocina. Tuvo que llamar a su mamá para pedir instrucciones. El resultado fue comestible, aunque no particularmente delicioso. Su abuelo, sin embargo, se lo comió todo y, entre risas, le dijo:
—Valoro tu intento, nieta mía, pero ya veo que lo tuyo es el estudio.
Todos rieron con aquella ocurrencia.

A solo dos días de su regreso a Chiclayo, Isabel comenzó a sentir tristeza. No sabía cuándo volvería a ver a su abuelo y deseaba con todo su corazón que él pudiera viajar a Chiclayo en sus vacaciones. La semana junto a él le había servido para conocerlo mejor, y ahora quería tenerlo presente en su vida, no solo a través de llamadas telefónicas.
La despedida estuvo cargada de melancolía y esperanza. Antes de subir al autobús, su abuelo la abrazó y le dijo con ternura:
—Mi querida Isabel, quiero que sepas lo feliz que me ha hecho tu visita. Dios te cuide y proteja en este viaje de regreso a casa. Sé que Él te va a cuidar. Diles a mis hijos que los amo y que deseo que sean felices, porque yo también lo soy aquí.

Isabel subió al autobús y comenzó su viaje de retorno. A su lado se sentó un señor al que no prestó mayor atención. Se aseguró de tener sus pertenencias bien sujetas y se quedó dormida hasta llegar a Lima.
Sin embargo, mientras dormía, el autobús sufrió un desperfecto, lo que provocó un retraso en el viaje. Cuando finalmente llegó a Lima, ya no había buses disponibles para salir hacia Chiclayo. Le recomendaron ir a otra agencia que tenía salidas en horarios diferentes.
Isabel sintió pánico. Estaba sola, no tenía familiares en Lima y le aterraba la idea de tomar un taxi en una ciudad desconocida para ella. En ese momento, su compañero de asiento le habló con calma:
—Isabel, ¿necesitas tomar otro autobús? Yo puedo ayudarte. Te acompaño hasta otra agencia para que compres tu pasaje y puedas regresar a casa.
Isabel se quedó helada. Nunca había cruzado palabra con aquel hombre, ni le había dicho su nombre.
—No te asustes —continuó él—. Solo quiero ayudarte. Si tomas un taxi sola a esta hora, te van a cobrar el doble o, peor aún, podrían llevarte a otro sitio.
Isabel estaba desconcertada. No sabía qué pensar ni qué hacer, pero aquella persona era la única que le ofrecía ayuda, y algo en su interior le decía que podía confiar en él.
—Está bien —respondió ella—, pero, por favor, ayúdeme a estar a salvo.

El hombre le sonrió amablemente, la ayudó a cargar su maleta y juntos salieron de la terminal. Tomaron un taxi y en pocos minutos llegaron a otra agencia. Para su alivio, había pasajes disponibles. Cuando finalmente tuvo su boleto en la mano, giró para agradecerle al hombre... pero él ya no estaba.
Confundida, le preguntó a la empleada de la ventanilla si había visto hacia dónde se dirigió el hombre que la acompañaba. La respuesta la dejó atónita:
—Señorita, usted vino sola a comprar su pasaje. Nadie la acompañaba.
Isabel sintió un escalofrío. Buscó al vigilante de la agencia y le hizo la misma pregunta. La respuesta fue igual de desconcertante:
—La vi entrar sola. Como es menor de edad, estuve pendiente de usted porque me pareció extraño que viajara sola a esta hora. No recuerdo haber visto a ningún hombre con las características que menciona.
Atónita, Isabel fue a la sala de espera. Apenas recordaba algunos rasgos de aquel hombre: era alto, trigueño, de contextura gruesa, tenía cabello negro y crespo, y usaba lentes. Pero lo que más le impactaba era que sus palabras le transmitieron una serenidad inexplicable.
Decidió no contarle nada a sus padres para evitar una reprimenda. Su autobús llegó poco después, y finalmente regresó sana y salva a casa.

No volvió a pensar en aquel episodio hasta varias semanas después, cuando, en la playa de Pimentel, recordó lo sucedido. La única explicación lógica le parecía también la más imposible: aquel hombre había sido su ángel de la guarda. Dios la había protegido durante todo el viaje, tal como su abuelo lo había pedido en su despedida.
Dos años después, recibió la triste noticia del fallecimiento de su abuelo. No pudo ir a darle el último adiós, pero visitó la playa de Pimentel, su refugio para pensar y relajarse. Caminó por la arena, sintió la brisa, el sol y, con los ojos llenos de lágrimas, miró al cielo, abrió los brazos y susurró con gratitud:
—Gracias.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024

Imágenes generadas por IA

sábado, 1 de febrero de 2025

POEMA: NO PUEDO

 
No pude dormir,
pensaba en ti.
En aquello que pudo ser
y… no fue.
 
No pude estudiar,
mi memoria te revivía
mi mente traía
los momentos de alegría.
 
No puedo vivir
si sé, que no estás junto a mí
no veo esperanza alguna
ilusiones de vida… ninguna.
 
No puedo… nada
me faltan las palabras
necesito de tu cariño
necesito que estés conmigo.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2001.

Imagen generada por IA.

DESTACADOS

POEMA: MIS CONDICIONES

Te puedo regalar un beso, pero no mi corazón. Te puedo regalar un abrazo, pero no mi regazo.   Te entrego mi cariño, pero no mi amor. Te ent...