domingo, 20 de abril de 2025

RELATO CORTO: FENIX, UN REGALO CALLEJERO

 


Fénix, un perro callejero, llegó a la vida de la familia Cabanillas de una manera inesperada y trágica.

Mamá, papá y sus dos hijos salieron a dar un paseo por el parque cuando, de pronto, escucharon un gemido de dolor, casi imperceptible, cerca de un arbusto que daba a la esquina del parque.
María, la hermana mayor, se acercó tímidamente y vio a un perro adulto, grande, de color amarillo, con una pata delantera ensangrentada y casi destruida. Llamó inmediatamente a sus padres, quienes, al ver la escena, trataron de buscar a alguna persona cercana para encontrar una explicación. El encargado del parque les dijo que, hacía apenas cinco minutos, una camioneta había pasado rápidamente y atropellado al perrito. El vehículo siguió su camino sin percatarse del daño que le había causado al animal.

Se acercaron al desdichado perro, que los miraba con temor, con esos ojitos negros que
parecían suplicar ayuda. La familia no sabía qué hacer, pues llevar a un perro de ese tamaño al veterinario sería costoso, un lujo que no podían darse, pero que era necesario si querían salvarlo.
Por suerte, Juana, la madre, tenía una amiga veterinaria a quien llamó de inmediato. Le explicó la situación, y su bondadosa amiga le pidió que lo llevaran cuanto antes para revisarlo.

Así que cargaron al perrito —aún sin nombre— y lo llevaron a recibir atención médica. El diagnóstico fue duro: el accidente había destrozado la parte baja de la pata delantera izquierda, por lo que era necesario amputarla. Además, presentaba problemas pulmonares, desnutrición severa y un pronóstico reservado. La veterinaria se ofreció a realizar la operación como parte de su programa de apoyo comunitario, pero les advirtió que los gastos en medicamentos debían ser cubiertos por ellos.

Fernando, el padre, aceptó. Todos pondrían de su parte para que el animalito se recuperara. Mientras tanto, también buscarían a su dueño. El perro permaneció cuatro días en la veterinaria; durante ese tiempo, la familia colocó carteles y usó las redes sociales para tratar de encontrar a su propietario, pero, al parecer, era solo otro perro callejero. Nadie lo reclamó, nadie parecía conocerlo.

Cuando le dieron de alta, lo llevaron a casa. Aunque su hogar era pequeño, le hicieron un espacio para que pudiera recuperarse. Lo nombraron Fénix temporalmente, inspirados en la leyenda del ave que resurge de sus cenizas, pues deseaban que así sucediera con él.

Juana preparaba su comida, Fernando se encargaba de curarlo, María lo alimentaba, y Diego, el hermano menor, se aseguraba  que estuviera cómodo, hablándole constantemente.
Durante las dos primeras semanas, parecía que Fénix no sobreviviría, pero tanto fue el amor y los cuidados de aquella familia, que poco a poco empezó a comer más y a dar pasos cortos, adaptándose a su nueva condición. En dos meses, Fénix había subido de peso, la herida de su pata amputada había cicatrizado, aunque aún requería cuidados.

Las tareas también cambiaron: Fernando lo curaba y lo sacaba a pasear, Juana continuaba cocinándole y alimentándolo, mientras que María y Diego le enseñaban dónde hacer sus necesidades y las limpiaban pacientemente.

Todo marchaba bien; sin embargo, notaban que Fénix se sentía demasiado atraído por la calle. Muchas veces no quería entrar a casa, no por falta de cariño, sino porque siempre había sido un perro libre, acostumbrado a vagar.
Con el paso de los meses, todos decidieron que era hora de dejarlo partir. Fénix ya estaba curado, había aprendido a valerse por sí mismo y, aunque no deseaban dejarlo ir, comprendían que su naturaleza era estar en las calles.

Así que, una mañana, abrieron la puerta y Fénix salió. No regresó durante una semana. La familia lo buscaba, preguntaba por él, pero nadie sabía nada.
Una noche, María y Diego volvían del colegio cuando lo encontraron echado en la puerta de su casa. ¡Qué alegría para todos! Lo hicieron pasar, le dieron de comer, lo curaron y le ofrecieron abrigo. Sabían que Fénix no se quedaría, pero querían cuidarlo y disfrutar de su presencia el tiempo que él quisiera.

Fénix era un perro grande, ya de algunos años. La veterinaria le calculó unos cinco. De pelaje corto y amarillo, orejas largas que le colgaban por la cara, criollo, de ojos negros y cola corta que movía cada vez que los veía. Aunque le faltaba la parte inferior de la pata delantera izquierda, le sobraba nobleza y amor.

Se hizo costumbre que saliera por las mañanas y regresara por las noches. Fénix, aquel ser que llegó necesitando ayuda, había pasado por una operación, una enfermedad, una rehabilitación y, con valentía, volvió a las calles. Paseaba por el mercado, por el hospital, por las calles del barrio. Muchas personas lo querían y lo llamaban de distintas formas: Mocho, Frank, Lepanto, Edu, Cuto. Había corazones bondadosos que lo alimentaban y lo vestían. Siempre aparecía con una ropita distinta, pero Fénix sentía una fidelidad especial por la familia que lo acogió.

Es indescriptible el amor que se puede sentir por un animalito, una mascota, o en este caso, un inquilino, pues no vivía con ellos, pero lo esperaban cada día con cariño.

Cierto día, la familia Cabanillas decidió mudarse a una casa más grande, con un patio amplio, y Fénix les preocupaba. Poco a poco comenzaron a llevarlo a la nueva casa para que se familiarizara, hasta que decidieron no dejarlo ir más. Querían adoptarlo oficialmente.

Cuando se mudaron, lo llevaron con ellos. Fénix ya no tenía necesidad de salir, pues el nuevo hogar tenía suficiente espacio para que pudiera moverse libremente. Cuando lo veían triste, lo sacaban al mercado, al parque, o a pasear por las calles. Poco a poco, Fénix se convirtió en parte de la familia.

Fénix vivió siete años más junto a ellos. Un día enfermó, y nada se pudo hacer. Una afección renal y una torsión gástrica lo postraron. A pesar de todos los esfuerzos por salvarlo, el perrito sufría, y debido a su avanzada edad, no se recuperaría. Solo quedaba darle calidad de vida y, eventualmente, dormirlo para evitarle más dolor.

Una tarde, ya no pudo levantarse. La familia lo rodeó, y parecía que él los entendía. Miraba a cada uno con esos ojos negros hermosos, como agradeciéndoles por tanto amor. Fue quedándose dormido mientras Juana le acariciaba las orejas —pues eso le gustaba— y le decía con ternura:

—Descansa, mi amado Fénix, mi hermoso regalito callejero… gracias por tanto amor, por tus travesuras, por completar nuestra familia, por cuidarnos. Estaremos bien, y vivirás en nuestros corazones. A donde vayas ahora, siempre serás libre. Espero que no nos olvides, porque nosotros nunca lo haremos.

Diego y María le sostenían la patita derecha, y Fernando le acariciaba la cabeza.
Fénix cerró los ojos para siempre, rodeado del amor más puro. Descansó en paz una tarde del mes de octubre, junto a la familia que lo adoptó.

En el patio de la casa, debajo de unos hermosos geranios rojos —las flores con las que más jugaba— hay un letrero con un epitafio que dice:

“Aquí descansa nuestro valiente Fénix, nuestro regalito callejero.”

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024

Imágenes generadas por IA

sábado, 19 de abril de 2025

POEMA: LLEGARÁ ESE DÍA

 

El día que me quieras
para mí, serás un recuerdo vago
en mí, un día olvidado
por mí, aparte de mi pasado.

El día que sientes un vacío
y veas casualmente un retrato mío
para tí, será un recuerdo que extraño
en tí, desearás estar a mi lado.
 
El día que me veas nuevamente
pensarás en “nosotros” seriamente
y recordarás el pasado
y querrás cambiar el futuro.
 
El día que comprendes el amor que sentí
será tarde para tí
yo estaré lejos de este lugar
y no sabrás donde buscar.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2021

Imagen generada por IA

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