Entre las fronteras de San Gerardo y San
Marcelo había un pequeño pueblo rico en vegetación, especialmente de Cacao.
Esta era la razón que mantenía la disputa entre ambas ciudades, ya habían
enfrentamientos militares porque no se había delimitado formalmente y parecía
que a las autoridades no les importaba el sufrimiento de las personas que allí
vivían.
Ana y Sara eran enfermeras, amigas desde la infancia, crecieron entre los campos, recogiendo fruta, disfrutando de la naturaleza, incluso fueron a estudiar juntas.
Su más grande sueño era trabajar en hospitales de ciudad. Motivadas por hacer el bien,
atender a personas y disminuir un poco su dolor con la práctica profesional decidieron ser enfermeras.
Sin embargo, había algo que las separaba y
era su lugar de nacimiento, por lo tanto, cuando hicieron el llamado de médicos
y enfermeras para acompañar y atender a los heridos en sus respectivas
fronteras, ellas fueron separadas de un momento a otro.
Era imposible verse o conversar detrás de unas mallas metálicas puestas temporalmente mientras se definía a quién le pertenecía el pequeño pueblo del cacao. Las rutas de acceso estaban bloqueadas, la comunicación cortada, y los pobladores eran estrictamente vigilados.
Era imposible verse o conversar detrás de unas mallas metálicas puestas temporalmente mientras se definía a quién le pertenecía el pequeño pueblo del cacao. Las rutas de acceso estaban bloqueadas, la comunicación cortada, y los pobladores eran estrictamente vigilados.
Sara y Ana se extrañaban mucho, veían como poco a poco su sueño de trabajar en un gran hospital se esfumaba, ellas ejercían con todo el amor y sabiduría que podían su profesión, atendiendo heridos, acompañando a niños y ancianos, llevando con sus palabras un poco de fe y esperanza, rezando para que esos enfrentamientos cesen pronto porque una disputa de esa magnitud podía terminar en una tragedia más grande.
Pasaban los días y los enfrentamientos se tornaban más peligrosos, ya se contaban muertos de ambos bandos, incendios que afectaban los cultivos. Las autoridades tomaron la desición de reunirse para ver el tema fronterizo, convocar a un armisticio y encontrar una solución diplomática, debido a que la situación se les había escapado de las manos pues los ciudadanos de ambos lados empezaron a reclamar por una pronta solución. El conflicto ya no solo afectaba aquella parte de ambas ciudades sino el comercio elevando precios, la pérdida de familiares, la violencia avanzaba con el pretexto de escacez, los saqueos poco a poco se iban extendiendo.
Ana, en San Gerardo, no tenía descanso.
Trataba de apoyar a sus compañeras, haciendo que ellas descansen un poco para
recuperar fuerzas. Cada hora llegaban soldados heridos, además, de pobladores
quemados y hasta niños con alguna herida de consideración. Los médicos no
parecían darse abasto y las enfermeras resultaban también lastimadas pues al no
haber muchos soldados, ellas debían acercarse casi a la línea del conflicto y
ayudar a retirar a los soldados heridos.
Por su parte, Sara en el otro lado,
trabajaba incansablemente no solo curando a los heridos, sino también ayudando
a la población a apagar pequeños incendios porque San Marcelo parecía llevarse
la peor parte en cuanto a incendios provocados. No sabían cómo pero las llamas
aparecían en campos de cultivo, destruyendo cosechas, árboles completos y no
tenían ni el personal, ni el agua necesaria para controlar aquel fuego que poco
a poco avanzaba.
Pasaron dos meses en esa situación hasta que por fin, tomaron una decisión: el pueblo en disputa pasaría a formar parte oficial de San Gerardo debido a que la fecha de creación eran tan antigua como la misma ciudad, pero la producción de Cacao y sus ganancias se dividirían y un porcentaje menor iría para San Marcelo porque era la ciudad que más consumo tenía de este insumo. No todos estaban contentos con tal solución, pero era lo mejor para el cese del conflicto, los incendios y el retorno a la tranquilidad.
Entre las conversaciones, los decretos, la
firma del acuerdo final y la difusión de la información pasaron cerca de tres
meses más. Cuando hubo el cese al fuego, se limitó la frontera y poco a poco
volvió a respirarse un ambiente de paz entre ambas ciudades. Se reconstruyó
prácticamente el pueblo del Cacao, ambas ciudades ayudaron a recuperar las
tierras, organizar y mejorar la logística para la siembra, mantenimiento y
cosecha.
Sara y Ana no volvieron a verse sino hasta seis meses después. Sara tenía que recuperar su salud y tratar las quemaduras que tenía en brazos y piernas, además de someterse al tratamiento para limpiar sus pulmones. Ana, debió guardar reposo debido a una fractura en el brazo. Sin embargo, ambas ya podían comunicarse, incontables mensajes, anécdotas, lágrimas y sobre todo, vivían con la esperanza de volverse a ver para poder por fin, viajar juntas a cumplir sus sueños.
Una tarde de primavera, en San Marcelo se vio un par de jovencitas correr hasta un parque, cerca de la parada de autobuses, soltar las maletas y mochilas abrazarse, reír y llorar con la emoción que solo da el reencuentro de una gran amistad.
Todavía estaban algo adoloridas, pero su amistad y el reencuentro valían la pena. De aquí en adelante les espera un largo viaje, muchas aventuras y lo mejor es que podrán con todo porque su amistad es más fuerte que cualquier obstáculo.
Ambas subieron al bus, se sentaron juntas y poco a poco se quedaron dormidas, así como el sol descendía para descansar, ellas dormían para comenzar a soñar con un futuro mejor.
Historia inédita, escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024.
Imágenes generadas por IA.
Bien ágil y bien narrado. La,verdadera amistad prevalece ante cualquier adversidad.
ResponderEliminarMuchas gracias.
Eliminar