sábado, 30 de noviembre de 2024

RELATO CORTO: LA RAYUELA DE COLORES


Durante las tardes vacacionales de verano, Manuel, María, Juana y Leandro, un grupo de abuelitos octogenarios, salían a pasear al parque. No solo eran vecinos, sino también amigos entrañables del barrio. Originalmente, eran un grupo de seis personas, pero la ley de la vida, implacable, fue dejando bancas vacías en el parque.

A pesar de las ausencias, los que quedaban formaban un grupo muy unido. Se ayudaban en lo que podían y disfrutaban de cada tarde viendo jugar a los niños, alimentando a animalitos sin hogar, leyendo el periódico o charlando sobre alguna novedad en casa. Pequeños detalles que ellos valoraban muchísimo.

Con el tiempo, cada día eran menos los niños que visitaban el parque. La tecnología había comenzado a reemplazar los juegos y risas. Los pocos niños que aún llegaban corrían, saltaban y, cuando parecían aburrirse, los abuelitos les enseñaban a jugar rayuela. Aunque los entretenía por unos quince minutos, pronto se aburrían y se dirigían hacia los juegos mecánicos.


Manuel solía iniciar las conversaciones con cierta nostalgia:
—En nuestros tiempos… no nos aburríamos. La rayuela y las escondidas eran nuestros juegos favoritos.
María intervenía con una sonrisa:
—Manuel, tú hacías trampa casi siempre, por eso no nos gustaba mucho jugar contigo. Pero debo admitir que eras muy bueno escondiéndote.
Juana añadía con picardía:
—Es cierto, María. Pero nadie era mejor que yo en rayuela. Siempre ganaba, y a veces, solo a veces, les daba alguna ventaja porque me daban pena.
Leandro cerraba el recuerdo con un suspiro:
—Cómo me gustaría volver a aquellos tiempos, cuando nuestras piernas y cuerpos podían saltar y jugar. Tener a nuestros amigos nuevamente y jugar por última vez una rayuela…

De pronto, todo se oscureció y apareció un ser azul con hermosas alas y grandes ojos. Con voz dulce les pidió que no se asustaran. Les explicó que había estado observándolos por mucho tiempo y que tenía permiso para concederles un deseo a un grupo de humanos que compartieran un mismo sueño. Eso sí, el deseo solo podría durar una hora.
Los abuelitos se miraron con asombro y tomados de la mano aceptaron la oferta. Al instante, volvieron a ser niños de ocho y nueve años. Y, como si fuera poco, junto a ellos estaban Alonso y Javier, sus amigos de siempre. ¡El grupo estaba completo! Había tizas de colores en el suelo y ellos vestían como en su infancia: vinchas, moños, pantalones cortos y vestidos.
A pesar de que parecía un sueño, no perdieron tiempo. Comenzaron a jugar, a correr por todo el parque y, finalmente, a disfrutar de su juego favorito: la rayuela. Como era costumbre, Juana ganó el primer lugar, y los demás le reclamaron a Manuel sus trampas. Fue una hora mágica, un verdadero regalo.

Al terminar el tiempo, aquel ser azul reapareció y les habló dulcemente:
—Mis queridos niños, mis amados seres humanos, este regalo ya cumplió su propósito. Es hora de regresar, de volver y continuar.
Batió sus alas y desapareció, dejando solo el paisaje del parque.
Los cuatro amigos, confundidos y algo cansados, no podían creer lo que acababa de pasar. ¿Acaso todos habían tenido el mismo sueño? Pero parecía imposible, ya que la rayuela que habían dibujado seguía en el suelo. Leandro intentó saltarla, pero se le hizo difícil. María lo abrazó y le dijo con ternura:
—Hemos tenido una buena vida. Si fue un sueño o un regalo, no lo sabemos, pero sí que lo hemos disfrutado.

El grupo siguió visitando el parque hasta que, dos meses después, ya solo quedaban tres. Manuel había dejado su espacio en la banca vacío. Aun así, los amigos restantes continuaron enseñando a los pocos niños que iban al parque cómo jugar rayuela.

Con el tiempo, las bancas quedaron vacías. Los niños, al notar su ausencia, empezaron a extrañarlos. Sin embargo, seguían dibujando rayuelas en el piso y jugando, como si los abuelitos aún los observaran desde aquellas bancas con sus sonrisas bonachonas.

Los niños y vecinos aprendieron una valiosa lección: las buenas acciones y los buenos momentos se transmiten con el ejemplo y se disfrutan día a día. Así, los bancos del parque volvieron a ocuparse, esta vez por nuevos grupos de amigos que continuaban con la tradición, recordando a aquellos primeros abuelitos que les enseñaron el valor de compartir y disfrutar juntos.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024.

Imágenes generadas por IA.

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