Quise abrir la puerta rápidamente pues estaba muy
cansada busqué por toda la cartera y no encontraba las llaves, la impaciencia
parecía ganarme y dije: -tranquila… busca bien y no te alteres- (hace mucho
comprendí que hablarme era un buen calmante); las llaves estaban en el bolsillo
derecho de mi pantalón.
Que alivio era llegar a casa… poder quitarme los
zapatos y la ropa pesada, preparar algo de comer, encender la televisión y
recostarme en el mueble grande… definitivamente, esos eran los momentos de
felicidad que, después de un largo día de trabajo, extrañaba.
De pronto el celular sonó, era un mensaje, algo
extraño en realidad pues mi número de amigos era bastante limitado últimamente.
Sin hacerme ilusiones lo leí, un amigo me deseaba dulces sueños y es entonces
que la sensación de dolor en mi pecho comenzó a molestarme. No era taquicardia o
algo que se le pareciera, simplemente era nostalgia, nostalgia al verme sola y
no saber cómo es que llegué hasta donde estaba, de no recordar cuándo o como me
había exiliado del mundo totalmente.
Para evitar seguir pensando o sintiendo, cogí un libro
y busqué una página cualquiera, necesitaba algo que quitara de mí esos
pensamientos absurdos o esos recuerdos muy bien enterrados, pero no pude más,
no sé si fue el mal día que tuve, el estrés de la última temporada, la lluvia
de la noche o quizá la novela de las 9:00 pm pero unas cuantas lágrimas rodaron
lentamente por mi mejilla y no encontré la razón aparente para seguir evadiendo
mi más grande problema: la soledad.
Dicen que la soledad es buena amiga, o mala consejera
y hasta necesaria para cualquier ser humano; pero para mí en ese momento era la
más cruel venganza o la más acertada maldición.
Entonces recordé que para no herirme más dejé todo,
familia, amigos, trabajo, país… hasta mi aspecto exterior era otro, no más
castaña, ahora pelirroja, no más faldas sólo pantalones, siempre gimnasio,
comida sana… realmente era otra, pero aquella noche me sentía tan perdida, como
una niña de 5 años que dejan por primera vez en el colegio y no sabe qué hacer,
pensando que sus padres la dejan para siempre allí.
Una ducha era la solución, así que lo hice; un té para
relajarme, una oración y al cerrar los ojos… de pronto todo silencio y a media
luz podía ver los recuerdos de mi pasado (que no era malo, tampoco oscuro)
cerca de mi cama, como esperando que me atreva a despertar para enfrentarlos o
que me termine perdiendo en ellos.
Era ahora o nunca, encendí la luz, me cambié y salí a
caminar; ya no llovía y podía sentirse el olor maravilloso de la tierra mojada,
la pureza del aire, las calles desiertas pero con vida, caminé sin rumbo fijo
hasta que recordé a mi viejo amigo Toto, jamás supe porque le decían así, él no
permitía que le digan señor, así que Toto resultaba familiar y más aún si
estaba sola. Fui en dirección a su casa, aún sabiendo que era muy tarde para
hacer una visita, la luz del pequeño estudio estaba encendida y pude ver su
silueta que paseaba como impaciente, hasta que se detuvo vino hacia la ventana,
corrió la cortina y me vio. Vaya sorpresa, cuando le oí decir -¿por qué tardaste
tanto?-
Algo perpleja sonreí, supongo que notó en mi rostro la
sorpresa y sonriendo dijo: -No debes sorprenderte Lais, no soy hechicero ni veo
el futuro, te llamé para hacer una consulta, no contestaste y supuse que
habrías salido ¿a dónde? Como no tienes muchos amigos por este lugar, supuse nuevamente
que habías salido a caminar y que necesitabas hablar con alguien ¿a dónde más vendrías o en quien
más pensarías sino fuera en tu buen amigo Toto?-
Le di un fuerte abrazo por tres razones: me había
hecho reír mucho ante aquella deducción lógica, era lo más cercano a una
familia que tenía y había un riquísimo olor a chocolate proveniente del pequeño
termo en su impecable escritorio.
Luego de hacerme la respectiva consulta musitó: -ahora,
te escucho- y se acomodó en sus silla tan despierto y concentrado como si fuera
un psicólogo presto a escuchar al paciente; miré el reloj y eran las 12 de la
noche, hora no apropiada para visitar, hora no apropiada para conversar y hora
no apropiada teniendo en cuenta que al siguiente día tenía que trabajar. Debió
haber leído mis pensamientos porque voz dulce comentó -jamás para hablar es
tarde cuando la tristeza es grande y la confusión invade-
Le conté sobre mi vida en la actualidad, lo que
pensaba y lo que quería y después de mucho tiempo lloré, pude desfogar toda esa
angustia, nostalgia; de pronto no había nadie más que yo y la taza de chocolate
aún caliente a mi costado. Cuando levanté la mirada, Toto seguía mirándome, su
puso de pie, me dio un beso en la frente y salió de la habitación; cuando
regresó me dijo: -El cuarto de mi hija está libre, quédate hoy en él, ya es muy
tarde y no acostumbro manejar a esta hora, puede ser peligroso; mañana salimos
temprano, te dejo en tu casa, te llevo al trabajo, te recojo, y terminamos esta
conversación, por hoy ha sido suficiente-. Con él estaba de más rehusarme, no
sé si por respeto o porque en verdad necesitaba su ayuda. Así que, sin decir
nada fui al cuarto de Malvina (hija de Toto) y me quedé profundamente dormida.
Al día siguiente las actividades fueron tal y como mi
buen amigo las describiera la noche anterior; por la noche me llevó a un
lugarcito muy lindo a cenar.
Mi celular dio la alarma de llamada, era un compañero
de trabajo que me invitaba al cine con todos los demás por celebrarse el
cumpleaños de Daniela, rehusé de inmediato (era lo que comúnmente solía hacer)
disculpándome por tener otras actividades programadas.
Hubo un total mutismo en la mesa hasta que Toto
alegremente me preguntó -¿cuántos años tienes?-, tímidamente contesté -treinta-.
- Eres muy joven aún, no mereces encerrarte y menos
aún, seguir viviendo en un pasado que ya fue, lejano, que no volverá… lo que en
realidad extrañas no es lo que dejaste, lo que en realidad extrañas es a ti
misma disfrutando de la vida. Tal vez esperas que te pregunte ¿por qué no
sales? ¿por qué no tiene amigos? ¿por qué sin estar sola estás sola? ¿qué o a
quién esperas?, pero ninguna pregunta haré, menos te consolaré. Tú, ya no
necesitas consuelo, estás muy crecida, muy madura y muy vivida para eso. Hija,
la vida no es mejor o peor si te encierras en ti… la vida es vida siempre y
cuando la vivas-.
Terminó su frase, dijo que debía retirarse porque
tenía un compromiso con unos amigos, yo creo que mentía y que simplemente sabía
que debía dejarme sola, me abrazó y besó como un padre lo haría con su hija, vi
como se perdía lentamente entre la multitud.
Y allí estaba yo, disfrutando del postre a las 8 de la
noche; de pronto un sentimiento lejano vino lentamente hacia mí. Un día antes me
sentí como la niña del nido miedosa porque sus padres la dejaban sola pero, era
necesario ¿qué pasa luego? Pasa que el otro mundo lejos de los padres es
también muy lindo pues están los amigos, la maestra, los juegos, las tareas y
eso nos llena y nos hace crecer. Ya era hora de ingresar a ese nido y vivir
todas esas maravillas.
De regreso a casa, decidí que iba a empezar a
disfrutar de mi casa, de mis libros, de mi trabajo, de mis cosas y de mi vida. Nuevamente
la alarma telefónica anunciando una
llamada - ¿Aló? Buenas noches -
– Hola Lais, aunque sé que dijiste que tenías otros
compromisos, igual llamo para informarte que cambiamos la hora para ir al cine,
iremos a la última función ¿vienes?, Lais ¿estás?-
– Hola Daniela, sí, voy con ustedes, nos vemos a las
10, mi compromiso se canceló-.
Y era muy cierto, el compromiso de quedarme en casa y
marchitarme como cualquier flor olvidada… había terminado, cogí las llaves de
la casa, la última mirada en el espejo y al abrir la puerta sentí que era otra
vida la que empezaba.
Hoy siento que de verdad tengo una nueva vida y no
puedo escribir más porque es hora de ir a ver la obra teatral de Toto ¿qué? ¿No
se los dije? Toto, mi buen Toto ¡es un gran actor!
Autora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2013
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