Lo
que más le gustaba a Daniel en las vacaciones era visitar a sus abuelos. Ellos
vivían en Huamachuco, pero cuando Daniel llegaba de visita, lo llevaban a una
casa de campo ubicada en el centro poblado La Colpa.
Daniel
toleraba muy bien el viaje de 5 horas, el abuelo era muy cuidadoso al manejar y
Daniel se entretenía con los hermosos paisajes tomaba fotos, grababa videos,
hacía muchas preguntas y parecía que sus abuelos tenían respuesta para todo.
En
La Colpa, sus abuelos tenían una casa grande con tierras fértiles en las que
cosechaban papas, ocas y ollucos; un pequeño huerto donde sembraban algunas
frutas y verduras para consumo familiar.
Daniel
quedaba encantado los primeros días, parecía que le faltaban ojitos para ver
tanta belleza, manos para aprender a cosechar y horas para jugar, comer y
dormir.
Cerca
a la parte posterior de la casa había un pequeño arroyo, el agua subía o bajaba
de acuerdo a las lluvias, pero no era peligroso. A Daniel le gustaba ir a jugar
y remojar los pies, tirar piedritas y dejar volar su imaginación.
Cierto
día, su abuelo lo observaba a lo lejos; ellos realizaban muchas actividades,
pero, se percató que no jugaban juntos, solo Daniel jugaba y su abuelo o lo
miraba, o se dedicaba a descansar, o hacer las labores de la casa que le
encargaba su abuela.
A
la hora de la cena, Daniel se sorprendió al ver sobre la mesa hojas de papel
blancas y de colores. Su abuelo le dijo que le enseñaría a hacer origami,
empezarían con barquitos de papel para que pudieran jugar en el arroyo. No es
que Daniel no tuviera juguetes, pero cuando estaba en el campo se olvidaba de
los juguetes y la tecnología dedicándose solo a la naturaleza y a fortalecer
todo su cuerpo.
Primero
le fue complicado entender los dobleces que formarían los barcos, pero poco a
poco logró hacer uno, dos, tres, cuatro… muchos barcos, tantos que el abuelo
tuvo que mandarlo a dormir o toda la sala terminaría llena de barcos de papel.
Al
día siguiente, fueron juntos al arroyo, los primeros barcos no lograban flotar
hasta que poco a poco fue cogiendo el truco y los barquitos empezaron a flotar
¡qué felicidad sentía Daniel!
El
abuelo también le dijo que, cada vez que tuviera algún deseo escribiera en un
papel y lo colocara dentro del barco y lo deje ir. Seguro, se cumplía su deseo
porque eso le enseñó su padre y hasta ahora, sus deseos se habían cumplido,
pero para ello debe tener fe, ser una buena persona, esforzarse mucho y
estudiar.
Daniel
se quedó pensando largo rato y preguntó a su abuelo -¿puedo pedir cualquier
cosa abuelito?-, -naturalmente sí Danielito- respondió su abuelo. Entonces
Daniel escribió en un papel y mandó uno de los barquitos, - ¿quieres que te
diga qué pedí abuelito? - preguntó Daniel, el abuelo le respondió: -solo si
quieres, los deseos son personales-, te lo voy a decir abuelo:- pedí que tú y
mi abuela vivan más de 200 años para poder venir a este lugar siempre, siempre-
Su abuelo soltó a reír a carcajadas y le explicó a Daniel que eso era imposible
pues las personas tenían un ciclo de vida, pero que él podría venir siempre a
ese lugar con sus hijos y algún día con sus nietos y enseñarles a hacer los
barquitos de papel y el secreto de los deseos-
Daniel
se entristeció un poco y abrazó a su abuelo diciendo: -gracias abuelito,
siempre son mis mejores vacaciones las que paso en tu casa y disfruto las cosas
nuevas que me enseñas, te prometo ser bueno como tú-; al abuelo le
enternecieron aquellas palabras y lo abrazo, los guardó y atesoró en su memoria
y corazón pues sabía que con el tiempo y la edad, Daniel dejaría de ir en
vacaciones porque los niños crecen y sus intereses cambian.
Pasaron
los años y lo inevitable pasó, los abuelos fallecieron y por muchos años Daniel
no quería volver a La Colpa porque le recordaba su infancia y parte de su
adolescencia, se sentía triste pues recordaba a sus abuelos y todos los buenos
momentos que pasaron juntos.
Siempre buscaba algún pretexto y no iba de viaje
junto con la familia hasta que fue padre y la madurez de la edad lo hicieron
procesar el dolor y quiso que su hijo conociera y viviera toda la belleza del
viaje, y sobre todo, enseñarle a hacer los barquitos de papel y pedir los
deseos.
Daniel
volvió a La Colpa, la casa seguía allí, el pequeño arroyo seguía allí y de
alguna manera, la presencia de sus abuelos seguía con él… esta vez, era él. el
que enseñó a su hijo a hacer barquitos de papel y fueron juntos a jugar y
soltarlos en el arroyo, pero esta vez Daniel agregó algo más, ya no solo eran
deseos sino también agradecimientos.
Su
hijo soltó su primer barquito y le preguntó a papá -¿quieres saber qué escribí
papi?- Daniel respondió: -sólo si deseas- el niño dijo: .-que vivas más de 100
años para que siempre visitemos este lugar- Daniel soltó una gran carcajada y
abrazó fuerte a su hijo recordando a su abuelo. Ahora le tocaba a él soltar su
barquito y en el decía: “gracias abuelo, sí sé cumplió mi deseo, vivirás 100
años en mi corazón y en el corazón de mis hijos” y tomando de la mano a su hijo se alejaron del arroyo,
rumbo a la casa, a cenar con toda la familia.
Historia inédita, escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024.
Imágenes generadas por IA.