martes, 11 de marzo de 2025

RELATO CORTO: MÁS QUE UNA VICTORIA

Lorenzo se encontraba sentado en la cancha de fútbol cercana a su casa. Observaba a un pequeño grupo de niños entrenar y sonrió con nostalgia.
Los niños formaron equipos para un partido de práctica. Entre idas y vueltas, el más pequeño logró anotar un gol.
—¡Goooooooool! —gritaron eufóricos todos, como si hubieran ganado un campeonato.

De pronto, Lorenzo cerró los ojos y le pareció escuchar a todo un estadio gritar ese gol con el mismo entusiasmo, como si el tiempo se detuviera en ese instante. No solo escuchó a la gente aclamar, sino que también vio las luces incandescentes, sintió el escalofrío y la confusión del triunfo, los abrazos de sus compañeros, el personal técnico y de apoyo. Se mareó con las palabras de felicitación y lo demás… no lo recordaba con claridad.

Un golpecito en la espalda lo hizo volver en sí rápidamente. Era Rodolfo, su vecino y amigo de toda la vida.
—¡Hola, Lorenzo! Mi búsqueda fue corta, ¿eh? Fui a tu casa, pero me dijeron que saliste a dar un paseo. ¿Dónde más podrías estar sino aquí? Y supongo que recordando viejos tiempos —dijo Rodolfo, sentándose a su lado.
—Hola, Rodo. He venido a pensar un poco sobre el ofrecimiento de trabajo que me hizo el colegio de mis hijos. Ser entrenador del equipo de fútbol… en realidad, ser profesor de los primeros grados de secundaria y formar un equipo —explicó Lorenzo.
Rodolfo preguntó:
—¿Y cuál es la duda? El fútbol es tu pasión y, que yo sepa, ya te recuperaste de la lesión. ¿O acaso, como eres una celebridad, no te imaginas en el colegio sin firmar autógrafos o robando suspiros? —bromeó Rodolfo.
Ambos rieron y siguieron viendo el entrenamiento del equipo que jugaba en la cancha de fútbol.


Después de algunos días, Lorenzo aceptó la propuesta de la Unidad Educativa Bilingüe San Marino. Entrenaría a los alumnos y formaría jugadores de fútbol a través de un equipo escolar.
El primer día de clases se sintió abrumado por tanta atención mediática. La fama no era algo que le gustara mucho, menos aún llamar la atención. Solo quería llegar, realizar sus actividades y retirarse de la manera más tranquila posible. Pero, debido al evento histórico en el que había sido protagonista, no podía rechazar las muestras de atención y cariño.

Lorenzo había formado parte del equipo que logró la proeza de superar a Liechtenstein por 1-0 en la fecha 1 del Grupo 1 de la "League D" de la Nations League, consiguiendo una victoria histórica que puso fin a una extensa sequía. San Marino había sido catalogada como la peor selección del mundo, sin victorias en más de 20 años, hasta aquel 5 de septiembre de 2024.
Unos meses después de iniciar las clases, Lorenzo ya tenía un equipo de fútbol conformado por niños de entre 11 y 13 años. Los padres habían aprobado los entrenamientos vespertinos los lunes, miércoles y viernes. La gente había vuelto a confiar y a recordar con orgullo aquella victoria que, 15 años atrás, marcó un hito, abriendo el camino para futuros empates y triunfos.
Lorenzo los hacía entrenar con intensidad. Quería que estuvieran preparados para, eventualmente, formar parte de la selección nacional de San Marino. Solo el trabajo duro, la disciplina, la organización y una mentalidad positiva podrían convertir a esos niños en grandes jugadores.

Una tarde de entrenamiento, la lluvia cayó con fuerza. Jugadores y entrenador se refugiaron en el gimnasio mientras esperaban a que los padres llegaran por sus hijos, lo que tomaría algunas horas debido al clima. Los chicos estaban impacientes y, al notar la incertidumbre de Lorenzo, uno de ellos le pidió que contara lo que sucedió aquel 5 de septiembre de 2024.
Lorenzo dudó un momento, pero se animó a narrar su historia:
—Yo era un joven que soñaba con una victoria, al igual que mis compañeros. Cargábamos sobre nuestros hombros no solo la selección, sino a todo un país, pues el pasado nos condenaba al fracaso. Muchos estábamos resignados, pero nunca perdimos la fe ni el optimismo. Teníamos pocos hinchas esperanzados, pero nuestro director técnico confiaba en nosotros y todos habíamos trabajado muy duro.

Cuando el partido comenzó, los nervios nos dominaban. Ellos tenían ventaja técnica y el primer tiempo nos agotó, pero nos defendimos bien y el marcador terminó igualado.
Para el segundo tiempo, tras la charla motivacional del técnico, nuestro centrocampista, Nicko Sensoli, aprovechó un error entre el defensa y el arquero. Se adelantó a ellos y anotó un gol a favor de nuestro equipo. ¡Todos festejamos con orgullo y alegría, aunque sin bajar la guardia!
Cuando sonó el pitazo final, tardamos en reaccionar… hasta que, de repente, nos dimos cuenta: ¡habíamos ganado! La euforia se desató. En el Estadio Olímpico de Serravalle, con menos de 7,000 espectadores y prácticamente vacío, celebramos como si hubiéramos conquistado el mundo.

Los focos y elogios, eso sí, se los llevó merecidamente Nicko, el nuevo héroe nacional. Gracias a su pericia y al esfuerzo del equipo, logramos la victoria tan esperada después de más de 20 años.
En los camerinos gritamos y lloramos de emoción. Pero la mayor sorpresa llegó al salir a la calle y subir al autobús: cientos de hinchas, ancianos, adultos, mujeres y niños estaban allí, gritando, alentando y festejando como si hubiéramos ganado un título mundial.
Ese día fue especial para todos. Se convirtió en un orgullo nacional. Después de esa victoria, tuvimos más partidos: empatamos, ganamos, perdimos, pero la confianza nos hacía sentir imparables.

Lo demás seguro que ya lo saben. Sus padres o abuelos se los habrán contado, o ustedes mismos lo habrán visto en programas de televisión. Chicos, resistir y persistir; disciplina y trabajo; constancia y perseverancia; no rendirse y levantarse cuando se cae… esos son los secretos del éxito y de lograr lo que nos proponemos.
Tan emocionado estaba Lorenzo contando su historia, que algunas lágrimas rodaron por su rostro. Los muchachos corrieron a abrazarlo. Si bien él no había anotado el gol histórico, era un héroe para ellos.
Años después, Lorenzo se retiró del fútbol debido a una lesión en la rodilla y el tobillo. Sin embargo, se fue con la satisfacción de haber hecho historia y haber dado lo mejor de sí en cada encuentro, ya fuera amistoso o en campeonato.
Con el tiempo, logró que muchos de sus jugadores ingresaran a la selección de San Marino. Sentía un profundo orgullo por ellos y por sí mismo, pues desde cualquier perspectiva, él se sentía un ganador.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024

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miércoles, 26 de febrero de 2025

POEMA: PROTEGERTE

 
Quisiera tener brazos grandes
para cubrirte con ellos
y no dejar que nada te pase
que nada de lastime.

Quisiera ser el aire que respiras
para devolverte la tranquilidad
y la paz que necesitas
cuando algo sale mal.
 
Quisiera darte mis fuerzas
cuando las tuyas flaquean,
regalarte mis dones
para que no te atormentes.
 
Te daría mi vida
si fuera necesario
y donaría lo poco que tengo
para sólo verte sonriendo.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2021.

Imagen generada por IA.

jueves, 20 de febrero de 2025

RELATO CORTO: MÍA EN BLANCO Y NEGRO

Ojalá fluyera como este riachuelo: avanzar y solo avanzar a pesar de las piedras que se interponen en el camino.
Eso pensaba Mía al coger una piedra, sentir la pequeña corriente y el agua fría bajo sus pies y manos.
Mía llevaba toda la mañana caminando por el bosque, sintiendo el frío en su rostro y escuchando únicamente el sonido de sus pisadas en medio de tanto silencio. Solo caminaba y caminaba, tratando de no pensar; quería escapar, olvidar, desconectarse de todo y de todos, de su pasado, de su presente y de los problemas que la agobiaban. Entonces, se encontró con aquel riachuelo y, como si buscara redención, algún tipo de milagro o magia, se quitó las zapatillas y las medias, y caminó entre las piedras hasta llegar al centro del riachuelo. Allí cogió una piedra y comenzó a jugar con ella, concentrándose únicamente en ese instante.


Empezó a jugar con las piedras, una a una, como si buscara respuestas, pensando en todo y en nada a la vez. Aquel frío día de otoño, Mía se sentía sola. Su corazón latía con tanta fuerza que dolía, sus piernas temblaban y su respiración era agitada. Se sentía agotada mental y emocionalmente.
Esa mañana en particular, todo a su alrededor parecía en blanco y negro (muchos días de su vida los veía así). No podía respirar y solo quería alejarse para desconectarse del mundo y, a la vez, volver a conectar consigo misma, porque se sentía perdida.
Su mente, su alma y su corazón estaban en desorden. Sus sentimientos y pensamientos no coincidían. Empezó a tener ideas extrañas y sintió miedo. No entendía qué le pasaba... Así que, muy temprano en la mañana, salió a caminar, buscando respuestas, tratando de encontrar una señal, una luz al final del camino.

Pero ya en el riachuelo, por más que jugó con las piedras, por más que intentó sentir o pensar en algo más que la soledad, no encontró respuestas, ni milagros, ni magia... nada. Solo vacío y desorden.
Pensó que nada valía la pena, que la vida no tenía sentido. Pensamientos oscuros rodeaban su mente, aunque, en el fondo, quería seguir viviendo. Pero ya no tenía fuerzas. Y lloró. Lloró mucho, tanto que sus lágrimas se fundieron con la corriente del riachuelo y se alejaron con ella.
Nuevamente colocó sus manos en el agua. Ya no la sintió tan fría; estaba más cálida. Se sintió más ligera. Un ventarrón la sacudió un poco, y para ella fue como el tirón de un ángel, como si Dios o el universo le susurraran que estaba viva y que, mientras hay vida, hay esperanza.

Le tomó tiempo reflexionar y valorar su existencia. Permaneció allí, mirando y sintiendo la naturaleza a su alrededor, escuchando atentamente cada sonido: los árboles, el agua, las aves, el viento... Sin darse cuenta, habían pasado muchas horas desde que salió y llevaba el tiempo suficiente en el agua como para notar sus manos y pies arrugados.
Observó nuevamente el riachuelo y las piedras. Esbozó una pequeña sonrisa y se dijo a sí misma: "Debo volver a intentarlo. No me rendiré así de fácil."
Se puso de pie, amarró su cabello, respiró hondo y comenzó a salir poco a poco hasta llegar a la orilla. Aún estaba algo confundida, pero con más valor y fuerza.
Al dar el primer paso para marcharse, sintió dudas. Pensó que aquel era un buen lugar para quedarse un poco más, pero ya era hora de irse. Sin embargo, echó un último vistazo al riachuelo y, una vez más, pensó:
"Ojalá fluyera como este riachuelo: avanzar y solo avanzar a pesar de las piedras que se interponen en el camino."
Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024

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jueves, 13 de febrero de 2025

POEMA: MI TIEMPO


Mañana podría sonreír
si tan solo siguieras aquí;
hasta podría olvidar
lo que he tenido que callar.
 
Ayer tuve que llorar
porque ofendieron mi dignidad;
de odio llené mis días
y el llanto suplantó mi alegría.
 
Hoy podría estar tranquila
si olvidara la agonía
de tu partida, de tu despedida,
de tu olvido y de tu adiós.
 
El tiempo me resulta doloroso
porque perdí el gozo de vivir;
ahora solo toca seguir y fingir,
y hasta a mí misma, tener que mentir.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2003.

Imagen generada por IA.

jueves, 6 de febrero de 2025

RELATO CORTO: UN MILAGRO INESPERADO

Era el año 1999, y por primera vez, Isabel haría un viaje largo y sola. Tenía 15 años y estaba acostumbrada a recorrer distancias cortas de dos o tres horas, ya fuera sola o con sus padres, pero este viaje era diferente: duraría aproximadamente 36 horas, y durante el trayecto tendría que cambiar de autobús, comprar pasajes y socializar solo lo necesario, pues siempre le habían enseñado que "no se debe hablar con desconocidos ni aceptarles nada de comer u objetos extraños".

Isabel vivía en Chiclayo y su destino era Moquegua. Iba a visitar a su abuelo, quien la había invitado e insistido en aquel viaje. Isabel era su primera nieta y él anhelaba verla de nuevo. Hacía muchos años que la había dejado de ver, pues cuando él partió, ella era solo una niña y apenas lo recordaba. Sin embargo, le agradaba la idea de reencontrarse con él y conocer nuevas ciudades.

Su abuelo había viajado por trabajo con la intención de quedarse solo dos años, pero terminó enamorándose y prosperando en su empleo, por lo que decidió establecerse definitivamente. Sus tres hijos lo visitaron en algunas ocasiones, pero debido a la distancia, el trabajo y el costo del viaje, esas visitas se fueron volviendo esporádicas hasta que, finalmente, dejaron de realizarse. Con el tiempo, el teléfono se convirtió en su única conexión. Ahora que era mayor, los viajes largos le resultaban difíciles.

Gracias al apoyo de sus tíos y sus padres, Isabel pudo concretar el viaje, llevando cartas, paquetes, saludos e ilusiones. Sus padres no estaban del todo convencidos de que fuera sola, pero ya todo estaba planeado. Al llegar a Lima, debía llamar por teléfono tanto a sus padres como a su abuelo para coordinar su llegada y que él pudiera recogerla.
El viaje de Chiclayo a Moquegua transcurrió sin problemas. Los autobuses salieron a la hora esperada y no hubo contratiempos.

Al llegar a Moquegua, Isabel sintió una gran emoción. Cerca de la puerta de desembarque, vio a un señor que se parecía mucho a su padre. Dedujo que debía ser su abuelo, y él, al verla, también la reconoció de inmediato: tenía la misma mirada traviesa de su nieta y un gran parecido con su hijo. Además, pudo identificarla por la ropa que llevaba puesta. Se saludaron con cierta timidez al principio, pero enseguida se fundieron en un cálido abrazo.

Durante la semana que pasó en Moquegua, visitó algunos lugares turísticos como iglesias, casonas y parques. También viajó a Ilo, donde disfrutó de la playa, se llenó de energía y agradeció por aquel maravilloso viaje. Su abuelo hacía todo lo posible por pasar tiempo con ella, aunque sus obligaciones laborales lo limitaban. La esposa de su abuelo la trató bien, e Isabel les insistía en que volvieran a Chiclayo o que al menos los visitaran, pues todos extrañaban a su abuelo.

Un día, mientras estaba en casa, le pidieron que preparara ceviche. Daban por sentado que todos los norteños sabían hacerlo, pero Isabel no tenía experiencia en la cocina. Tuvo que llamar a su mamá para pedir instrucciones. El resultado fue comestible, aunque no particularmente delicioso. Su abuelo, sin embargo, se lo comió todo y, entre risas, le dijo:
—Valoro tu intento, nieta mía, pero ya veo que lo tuyo es el estudio.
Todos rieron con aquella ocurrencia.

A solo dos días de su regreso a Chiclayo, Isabel comenzó a sentir tristeza. No sabía cuándo volvería a ver a su abuelo y deseaba con todo su corazón que él pudiera viajar a Chiclayo en sus vacaciones. La semana junto a él le había servido para conocerlo mejor, y ahora quería tenerlo presente en su vida, no solo a través de llamadas telefónicas.
La despedida estuvo cargada de melancolía y esperanza. Antes de subir al autobús, su abuelo la abrazó y le dijo con ternura:
—Mi querida Isabel, quiero que sepas lo feliz que me ha hecho tu visita. Dios te cuide y proteja en este viaje de regreso a casa. Sé que Él te va a cuidar. Diles a mis hijos que los amo y que deseo que sean felices, porque yo también lo soy aquí.

Isabel subió al autobús y comenzó su viaje de retorno. A su lado se sentó un señor al que no prestó mayor atención. Se aseguró de tener sus pertenencias bien sujetas y se quedó dormida hasta llegar a Lima.
Sin embargo, mientras dormía, el autobús sufrió un desperfecto, lo que provocó un retraso en el viaje. Cuando finalmente llegó a Lima, ya no había buses disponibles para salir hacia Chiclayo. Le recomendaron ir a otra agencia que tenía salidas en horarios diferentes.
Isabel sintió pánico. Estaba sola, no tenía familiares en Lima y le aterraba la idea de tomar un taxi en una ciudad desconocida para ella. En ese momento, su compañero de asiento le habló con calma:
—Isabel, ¿necesitas tomar otro autobús? Yo puedo ayudarte. Te acompaño hasta otra agencia para que compres tu pasaje y puedas regresar a casa.
Isabel se quedó helada. Nunca había cruzado palabra con aquel hombre, ni le había dicho su nombre.
—No te asustes —continuó él—. Solo quiero ayudarte. Si tomas un taxi sola a esta hora, te van a cobrar el doble o, peor aún, podrían llevarte a otro sitio.
Isabel estaba desconcertada. No sabía qué pensar ni qué hacer, pero aquella persona era la única que le ofrecía ayuda, y algo en su interior le decía que podía confiar en él.
—Está bien —respondió ella—, pero, por favor, ayúdeme a estar a salvo.

El hombre le sonrió amablemente, la ayudó a cargar su maleta y juntos salieron de la terminal. Tomaron un taxi y en pocos minutos llegaron a otra agencia. Para su alivio, había pasajes disponibles. Cuando finalmente tuvo su boleto en la mano, giró para agradecerle al hombre... pero él ya no estaba.
Confundida, le preguntó a la empleada de la ventanilla si había visto hacia dónde se dirigió el hombre que la acompañaba. La respuesta la dejó atónita:
—Señorita, usted vino sola a comprar su pasaje. Nadie la acompañaba.
Isabel sintió un escalofrío. Buscó al vigilante de la agencia y le hizo la misma pregunta. La respuesta fue igual de desconcertante:
—La vi entrar sola. Como es menor de edad, estuve pendiente de usted porque me pareció extraño que viajara sola a esta hora. No recuerdo haber visto a ningún hombre con las características que menciona.
Atónita, Isabel fue a la sala de espera. Apenas recordaba algunos rasgos de aquel hombre: era alto, trigueño, de contextura gruesa, tenía cabello negro y crespo, y usaba lentes. Pero lo que más le impactaba era que sus palabras le transmitieron una serenidad inexplicable.
Decidió no contarle nada a sus padres para evitar una reprimenda. Su autobús llegó poco después, y finalmente regresó sana y salva a casa.

No volvió a pensar en aquel episodio hasta varias semanas después, cuando, en la playa de Pimentel, recordó lo sucedido. La única explicación lógica le parecía también la más imposible: aquel hombre había sido su ángel de la guarda. Dios la había protegido durante todo el viaje, tal como su abuelo lo había pedido en su despedida.
Dos años después, recibió la triste noticia del fallecimiento de su abuelo. No pudo ir a darle el último adiós, pero visitó la playa de Pimentel, su refugio para pensar y relajarse. Caminó por la arena, sintió la brisa, el sol y, con los ojos llenos de lágrimas, miró al cielo, abrió los brazos y susurró con gratitud:
—Gracias.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024

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sábado, 1 de febrero de 2025

POEMA: NO PUEDO

 
No pude dormir,
pensaba en ti.
En aquello que pudo ser
y… no fue.
 
No pude estudiar,
mi memoria te revivía
mi mente traía
los momentos de alegría.
 
No puedo vivir
si sé, que no estás junto a mí
no veo esperanza alguna
ilusiones de vida… ninguna.
 
No puedo… nada
me faltan las palabras
necesito de tu cariño
necesito que estés conmigo.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2001.

Imagen generada por IA.

sábado, 28 de diciembre de 2024

RELATO CORTO: EL VUELO DE HELENA



En un pequeño pueblo andino, cierto día llegó a vivir Helena, una mujer tan enigmática como amable, tan hermosa como inteligente, tan sensible como valiente. De bella figura, cabello azabache y mirada inquietante. Nadie sabía de dónde venía, si tenía familia o amigos, pues nunca la visitaban ni ella viajaba. Simplemente llegó y se quedó. ¿A qué se dedicaba? Tampoco se sabía, pero poco a poco se fue integrando con los lugareños y terminó enseñando en la escuela.

Al atardecer, cada día caminaba por un sendero que daba a un pequeño abismo, cuya vista era un regalo para sus ojos. Lleno de vegetación y color, le gustaba admirar a los pájaros que volaban libremente y se posaban en las flores. Sonreía al verlos cortejarse entre ellos. Pasaba media hora contemplando el horizonte y luego regresaba a casa.

Todos en el pueblo empezaron a inventar historias sobre ella. Nadie se atrevía a preguntarle por su pasado. Algunos decían que huía de algo o alguien; otros, que había perdido seres amados y se quedó sola en el mundo. También murmuraban que la habían abandonado en el altar y, los más creativos, decían que era un ser mágico que había llegado para proteger al pueblo.

Helena estaba a gusto en su pequeña casa. Los vecinos siempre estaban pendientes de que no le faltara nada, la invitaban a las celebraciones tradicionales, las fiestas de cumpleaños, le contaban las leyendas del lugar y las historias que se transmitían oralmente de generación en generación. A ella le gustó mucho una de ellas, la de la fundación del pueblo. Una de las indígenas fundadoras, llamada Wayta, sufrió mucho por defender a su gente y lograr conseguir esas tierras. Tenía un corazón bondadoso y puro, pero confió demasiado en el hombre que la traicionó. Wayta quedó tan devastada que corrió al abismo, abrió los brazos y rogó al Dios Sol que la liberara de todo el pesar que cargaba en su alma, y se lanzó. En ese instante, le salieron alas y voló lejos; nunca más se le volvió a ver.

Tanto le impactó aquella historia que se sintió identificada con aquella mujer. Helena también quería liberarse de todo el peso que cargaba en su alma y corazón. Todos la llenaban de elogio, pero rebotaban en su espalda como plumas que iban completando aquellas alas imaginarias. Cierto día, llegó un forastero preguntando por Helena. Todos sintieron curiosidad, pues, en los cuatro años que llevaba viviendo allí, nunca había recibido visita alguna El hombre entró a la casa de Helena y se quedó por lo menos un par de horas. Luego, así como vino, se fue.

Nunca Helena tuvo la mirada más perdida y triste. Poco a poco dejó de ser la mujer que todos conocieron: ya no confraternizaba e iba adelgazando con el pasar de los días. La última vez que la vieron fue en la iglesia. Ella dejó un donativo, los miró a todos, les dio una sonrisa sincera de agradecimiento y salió de allí.

Desde ese día, no la volvieron a ver más. Su casa quedó limpia; cada una de sus pertenencias estaba etiquetada como regalo para la gente del pueblo. Se tejieron nuevas historias. Unos decían que era la indígena Wayta y había regresado para ver de nuevo a su pueblo; otros, que había vuelto a huir en la noche hacia otro lugar para que no la encontraran. Los más avezados aseguraban que, como Wayta, estiró los brazos, le salieron alas y voló lejos, siendo liberada de sus penas. Así, cada uno fue inventando una historia tras otra sobre la mujer de mirada enigmática pero amable.

Helena, Helena… un alma rota, pero no perdida; un corazón triste, pero no desesperanzado. Ella solo quería paz, libertad, olvidar, volver a nacer, volver a creer. Y estiró sus brazos, sus alas se abrieron y voló. Voló lejos, voló como los pájaros que tanto admiraba, voló hacia el cielo sin más despedidas que el adiós al cuerpo enfermo que la contenía.



Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024.

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DESTACADOS

POEMA: MIS CONDICIONES

Te puedo regalar un beso, pero no mi corazón. Te puedo regalar un abrazo, pero no mi regazo.   Te entrego mi cariño, pero no mi amor. Te ent...