Los niños formaron equipos para un partido de práctica. Entre idas y vueltas, el más pequeño logró anotar un gol.
—¡Goooooooool! —gritaron eufóricos todos, como si hubieran ganado un campeonato.
De pronto, Lorenzo cerró los ojos y le pareció escuchar a todo un estadio gritar ese gol con el mismo entusiasmo, como si el tiempo se detuviera en ese instante. No solo escuchó a la gente aclamar, sino que también vio las luces incandescentes, sintió el escalofrío y la confusión del triunfo, los abrazos de sus compañeros, el personal técnico y de apoyo. Se mareó con las palabras de felicitación y lo demás… no lo recordaba con claridad.
—¡Hola, Lorenzo! Mi búsqueda fue corta, ¿eh? Fui a tu casa, pero me dijeron que saliste a dar un paseo. ¿Dónde más podrías estar sino aquí? Y supongo que recordando viejos tiempos —dijo Rodolfo, sentándose a su lado.
—Hola, Rodo. He venido a pensar un poco sobre el ofrecimiento de trabajo que me hizo el colegio de mis hijos. Ser entrenador del equipo de fútbol… en realidad, ser profesor de los primeros grados de secundaria y formar un equipo —explicó Lorenzo.
Rodolfo preguntó:
—¿Y cuál es la duda? El fútbol es tu pasión y, que yo sepa, ya te recuperaste de la lesión. ¿O acaso, como eres una celebridad, no te imaginas en el colegio sin firmar autógrafos o robando suspiros? —bromeó Rodolfo.
Ambos rieron y siguieron viendo el entrenamiento del equipo que jugaba en la cancha de fútbol.
El primer día de clases se sintió abrumado por tanta atención mediática. La fama no era algo que le gustara mucho, menos aún llamar la atención. Solo quería llegar, realizar sus actividades y retirarse de la manera más tranquila posible. Pero, debido al evento histórico en el que había sido protagonista, no podía rechazar las muestras de atención y cariño.
Lorenzo los hacía entrenar con intensidad. Quería que estuvieran preparados para, eventualmente, formar parte de la selección nacional de San Marino. Solo el trabajo duro, la disciplina, la organización y una mentalidad positiva podrían convertir a esos niños en grandes jugadores.
Lorenzo dudó un momento, pero se animó a narrar su historia:
Cuando el partido comenzó, los nervios nos dominaban. Ellos tenían ventaja técnica y el primer tiempo nos agotó, pero nos defendimos bien y el marcador terminó igualado.
Para el segundo tiempo, tras la charla motivacional del técnico, nuestro centrocampista, Nicko Sensoli, aprovechó un error entre el defensa y el arquero. Se adelantó a ellos y anotó un gol a favor de nuestro equipo. ¡Todos festejamos con orgullo y alegría, aunque sin bajar la guardia!
Cuando sonó el pitazo final, tardamos en reaccionar… hasta que, de repente, nos dimos cuenta: ¡habíamos ganado! La euforia se desató. En el Estadio Olímpico de Serravalle, con menos de 7,000 espectadores y prácticamente vacío, celebramos como si hubiéramos conquistado el mundo.
En los camerinos gritamos y lloramos de emoción. Pero la mayor sorpresa llegó al salir a la calle y subir al autobús: cientos de hinchas, ancianos, adultos, mujeres y niños estaban allí, gritando, alentando y festejando como si hubiéramos ganado un título mundial.
Lo demás seguro que ya lo saben. Sus padres o abuelos se los habrán contado, o ustedes mismos lo habrán visto en programas de televisión. Chicos, resistir y persistir; disciplina y trabajo; constancia y perseverancia; no rendirse y levantarse cuando se cae… esos son los secretos del éxito y de lograr lo que nos proponemos.
Tan emocionado estaba Lorenzo contando su historia, que algunas lágrimas rodaron por su rostro. Los muchachos corrieron a abrazarlo. Si bien él no había anotado el gol histórico, era un héroe para ellos.
Años después, Lorenzo se retiró del fútbol debido a una lesión en la rodilla y el tobillo. Sin embargo, se fue con la satisfacción de haber hecho historia y haber dado lo mejor de sí en cada encuentro, ya fuera amistoso o en campeonato.
Con el tiempo, logró que muchos de sus jugadores ingresaran a la selección de San Marino. Sentía un profundo orgullo por ellos y por sí mismo, pues desde cualquier perspectiva, él se sentía un ganador.