Desde
mi ventana he visto muchas cosas pasar: el viento fuerte, muchas personas
vestidas para diferentes estaciones del año, niños, mujeres y hombres… todos
cambiando a través del tiempo, vecinos nuevos, personas que van y vienen,
chatarreros que de vez en cuando pasan pregonando y hasta afiladores de
cuchillos con su silbido característico, pero nada, nada, me prepararía para lo
que vendría después. Ver calles vacías, sin niños, personas o animales, nada me
preparó para luego ver personas cubiertas, tapadas, protegidas por tapabocas o
protectores faciales.
En
un abrir y cerrar de ojos parece que entré en una película de ciencia ficción,
de esas en las que la gente se enferma, pero los científicos encuentran
rápidamente la cura y todos regresamos a la normalidad o de esas en las que parece
que el mundo se va a terminar, pero mágicamente aparecen héroes con poderes y
nos liberan del mal.
En
esta versión de la historia todos somos súper héroes, todos somos responsables,
todos somos protagonistas, todos somos… uno.
El
año pasado veíamos con cierto relajo en las noticias como en China se desató el
llamado “Coronavirus”, una enfermedad que iba enfermando y matando personas;
esa realidad nos parecía lejana, sin embargo, este año debido a múltiples
razones médicas, científicas, religiosas o cualquiera de ellas y hasta ninguna,
el virus llegó directo y sin escalas a mi querido país, Perú.
He
perdido amigos, familiares y conocidos, he llorado las pérdidas y con profunda
pena les rendí un adiós lejano porque no había forma de despedirlos como es la
costumbre. También, me he indignado terriblemente con la indiferencia de la
gente, la criollada de algunos, la desidia de muchos y la viveza de otros que
llegaron al poder dizque para ayudar al más necesitado.
He
sentido miedo, angustia, tensión, sentimientos encontrados al ver y escuchar
cada día las noticias, sin embargo, el ser humano es capaz de sacar fuerza,
sanar y, sobre todo, aprovechar las oportunidades como lo hice yo haciendo un
alto a mi vida. Ha sido tiempo de parar, dejar de correr para encontrarme y
retomar mucho de mí que estaba olvidado.
Tomar
decisiones difíciles bajo estas circunstancias es cosa de valientes y creo que
yo lo soy, porque he tenido que renunciar a mucho para ganar, retroceder un
poco solo para tomar impulso y hacer una limpieza mental-emocional. De pronto
mi cerebro y mi corazón se han desconectado y la reconexión ha sido dura, una
batalla interna entre el desaliento y esa chispa de luz que motiva y recupera
el ánimo, las ganas de seguir y vivir. He salido airosa del mal tiempo gracias
al apoyo de ángeles terrenales llamados familia.
Esta
pandemia lo cambió todo y nos cambió a todos, nos quitó mucho pero también nos
regaló algo que estábamos olvidando y era “valorar el tiempo y la vida”. Este
tiempo me ha permitido no sólo ver desde mi ventana hacia afuera sino hacia mi
ventana interior. Todos tenemos ventanas en casa y es importante limpiarlas,
sino todos los días, pues, dejando un día o hasta una vez a la semana porque si
nunca las limpiamos, se empañarán y no nos dejarán ver lo maravilloso que es el
mundo, como lo hermoso que tenemos en el alma.
El
mundo sufre mucho, las pérdidas son dolorosas, podemos contar los muertos por
miles, los cambios son complicados y ha sido tan rápido y abrumador que afectó
nuestra forma de vida, nuestras costumbres. Sin darnos cuenta de marzo hemos
pasado a septiembre.
Los
que somos padres ahora somos docentes, psicólogos, terapistas, profesores de
educación física, de danza, decoradores, cocineros y pasteleros en potencia. El
tiempo pasa volando y debemos lidiar el día a día con las frases de nuestros
hijos “estoy aburrido”, “tengo hambre”, “ya me cansé de la tarea”, “quiero
salir al parque” o “¿por qué aún no podemos salir?”
Esta
pandemia sacó y saca lo mejor de uno o lo peor porque, si vemos a diario la
televisión nos damos cuenta que existen personas indiferentes, sin luz de
esperanza, sin el mínimo destello de asertividad. Cada día perdemos gente, eso
debería bastar para hacernos reflexionar y mejorar como personas; hacer un
alto, respirar, descansar y volver a arrancar lento, despacio, seguros y
firmes.
Hoy,
miro desde mi ventana y el panorama no es alentador, pero veo hacía mi ventana
interior y hay mucha esperanza, mucho ánimo, mucho optimismo y quiero creer que
los seres humanos nos daremos cuenta que nadie vendrá a salvarnos más que
nosotros mismos, nadie más que yo o que tú porque podemos ser y hacer la diferencia.
Espero
que pronto pueda volver a ver por mi ventana y ver gente sonriente,
trabajadores honrados, niños corriendo sin miedo. Espero también, que pronto
pueda abrir esa puerta y salir con los brazos abiertos para abrazar nuevamente
a mi gente, a mi familia, a la vida. Reflexionando sobre los errores del
pasado, ese pasado que nos permitirá mejorar el futuro y vivir un presente con
dignidad y responsabilidad.
Ya
es hora de cerrar la ventana por hoy, de ir a descansar y soñar… soñar con un
mundo sano, con salud física, ambiental y, sobre todo, emocional. ¡Buenas
Noches!
Autora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2020
Excelente! como narras este acontecimiento.
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