jueves, 6 de febrero de 2025

RELATO CORTO: UN MILAGRO INESPERADO

Era el año 1999, y por primera vez, Isabel haría un viaje largo y sola. Tenía 15 años y estaba acostumbrada a recorrer distancias cortas de dos o tres horas, ya fuera sola o con sus padres, pero este viaje era diferente: duraría aproximadamente 36 horas, y durante el trayecto tendría que cambiar de autobús, comprar pasajes y socializar solo lo necesario, pues siempre le habían enseñado que "no se debe hablar con desconocidos ni aceptarles nada de comer u objetos extraños".

Isabel vivía en Chiclayo y su destino era Moquegua. Iba a visitar a su abuelo, quien la había invitado e insistido en aquel viaje. Isabel era su primera nieta y él anhelaba verla de nuevo. Hacía muchos años que la había dejado de ver, pues cuando él partió, ella era solo una niña y apenas lo recordaba. Sin embargo, le agradaba la idea de reencontrarse con él y conocer nuevas ciudades.

Su abuelo había viajado por trabajo con la intención de quedarse solo dos años, pero terminó enamorándose y prosperando en su empleo, por lo que decidió establecerse definitivamente. Sus tres hijos lo visitaron en algunas ocasiones, pero debido a la distancia, el trabajo y el costo del viaje, esas visitas se fueron volviendo esporádicas hasta que, finalmente, dejaron de realizarse. Con el tiempo, el teléfono se convirtió en su única conexión. Ahora que era mayor, los viajes largos le resultaban difíciles.

Gracias al apoyo de sus tíos y sus padres, Isabel pudo concretar el viaje, llevando cartas, paquetes, saludos e ilusiones. Sus padres no estaban del todo convencidos de que fuera sola, pero ya todo estaba planeado. Al llegar a Lima, debía llamar por teléfono tanto a sus padres como a su abuelo para coordinar su llegada y que él pudiera recogerla.
El viaje de Chiclayo a Moquegua transcurrió sin problemas. Los autobuses salieron a la hora esperada y no hubo contratiempos.

Al llegar a Moquegua, Isabel sintió una gran emoción. Cerca de la puerta de desembarque, vio a un señor que se parecía mucho a su padre. Dedujo que debía ser su abuelo, y él, al verla, también la reconoció de inmediato: tenía la misma mirada traviesa de su nieta y un gran parecido con su hijo. Además, pudo identificarla por la ropa que llevaba puesta. Se saludaron con cierta timidez al principio, pero enseguida se fundieron en un cálido abrazo.

Durante la semana que pasó en Moquegua, visitó algunos lugares turísticos como iglesias, casonas y parques. También viajó a Ilo, donde disfrutó de la playa, se llenó de energía y agradeció por aquel maravilloso viaje. Su abuelo hacía todo lo posible por pasar tiempo con ella, aunque sus obligaciones laborales lo limitaban. La esposa de su abuelo la trató bien, e Isabel les insistía en que volvieran a Chiclayo o que al menos los visitaran, pues todos extrañaban a su abuelo.

Un día, mientras estaba en casa, le pidieron que preparara ceviche. Daban por sentado que todos los norteños sabían hacerlo, pero Isabel no tenía experiencia en la cocina. Tuvo que llamar a su mamá para pedir instrucciones. El resultado fue comestible, aunque no particularmente delicioso. Su abuelo, sin embargo, se lo comió todo y, entre risas, le dijo:
—Valoro tu intento, nieta mía, pero ya veo que lo tuyo es el estudio.
Todos rieron con aquella ocurrencia.

A solo dos días de su regreso a Chiclayo, Isabel comenzó a sentir tristeza. No sabía cuándo volvería a ver a su abuelo y deseaba con todo su corazón que él pudiera viajar a Chiclayo en sus vacaciones. La semana junto a él le había servido para conocerlo mejor, y ahora quería tenerlo presente en su vida, no solo a través de llamadas telefónicas.
La despedida estuvo cargada de melancolía y esperanza. Antes de subir al autobús, su abuelo la abrazó y le dijo con ternura:
—Mi querida Isabel, quiero que sepas lo feliz que me ha hecho tu visita. Dios te cuide y proteja en este viaje de regreso a casa. Sé que Él te va a cuidar. Diles a mis hijos que los amo y que deseo que sean felices, porque yo también lo soy aquí.

Isabel subió al autobús y comenzó su viaje de retorno. A su lado se sentó un señor al que no prestó mayor atención. Se aseguró de tener sus pertenencias bien sujetas y se quedó dormida hasta llegar a Lima.
Sin embargo, mientras dormía, el autobús sufrió un desperfecto, lo que provocó un retraso en el viaje. Cuando finalmente llegó a Lima, ya no había buses disponibles para salir hacia Chiclayo. Le recomendaron ir a otra agencia que tenía salidas en horarios diferentes.
Isabel sintió pánico. Estaba sola, no tenía familiares en Lima y le aterraba la idea de tomar un taxi en una ciudad desconocida para ella. En ese momento, su compañero de asiento le habló con calma:
—Isabel, ¿necesitas tomar otro autobús? Yo puedo ayudarte. Te acompaño hasta otra agencia para que compres tu pasaje y puedas regresar a casa.
Isabel se quedó helada. Nunca había cruzado palabra con aquel hombre, ni le había dicho su nombre.
—No te asustes —continuó él—. Solo quiero ayudarte. Si tomas un taxi sola a esta hora, te van a cobrar el doble o, peor aún, podrían llevarte a otro sitio.
Isabel estaba desconcertada. No sabía qué pensar ni qué hacer, pero aquella persona era la única que le ofrecía ayuda, y algo en su interior le decía que podía confiar en él.
—Está bien —respondió ella—, pero, por favor, ayúdeme a estar a salvo.

El hombre le sonrió amablemente, la ayudó a cargar su maleta y juntos salieron de la terminal. Tomaron un taxi y en pocos minutos llegaron a otra agencia. Para su alivio, había pasajes disponibles. Cuando finalmente tuvo su boleto en la mano, giró para agradecerle al hombre... pero él ya no estaba.
Confundida, le preguntó a la empleada de la ventanilla si había visto hacia dónde se dirigió el hombre que la acompañaba. La respuesta la dejó atónita:
—Señorita, usted vino sola a comprar su pasaje. Nadie la acompañaba.
Isabel sintió un escalofrío. Buscó al vigilante de la agencia y le hizo la misma pregunta. La respuesta fue igual de desconcertante:
—La vi entrar sola. Como es menor de edad, estuve pendiente de usted porque me pareció extraño que viajara sola a esta hora. No recuerdo haber visto a ningún hombre con las características que menciona.
Atónita, Isabel fue a la sala de espera. Apenas recordaba algunos rasgos de aquel hombre: era alto, trigueño, de contextura gruesa, tenía cabello negro y crespo, y usaba lentes. Pero lo que más le impactaba era que sus palabras le transmitieron una serenidad inexplicable.
Decidió no contarle nada a sus padres para evitar una reprimenda. Su autobús llegó poco después, y finalmente regresó sana y salva a casa.

No volvió a pensar en aquel episodio hasta varias semanas después, cuando, en la playa de Pimentel, recordó lo sucedido. La única explicación lógica le parecía también la más imposible: aquel hombre había sido su ángel de la guarda. Dios la había protegido durante todo el viaje, tal como su abuelo lo había pedido en su despedida.
Dos años después, recibió la triste noticia del fallecimiento de su abuelo. No pudo ir a darle el último adiós, pero visitó la playa de Pimentel, su refugio para pensar y relajarse. Caminó por la arena, sintió la brisa, el sol y, con los ojos llenos de lágrimas, miró al cielo, abrió los brazos y susurró con gratitud:
—Gracias.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024

Imágenes generadas por IA

sábado, 1 de febrero de 2025

POEMA: NO PUEDO

 
No pude dormir,
pensaba en ti.
En aquello que pudo ser
y… no fue.
 
No pude estudiar,
mi memoria te revivía
mi mente traía
los momentos de alegría.
 
No puedo vivir
si sé, que no estás junto a mí
no veo esperanza alguna
ilusiones de vida… ninguna.
 
No puedo… nada
me faltan las palabras
necesito de tu cariño
necesito que estés conmigo.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2001.

Imagen generada por IA.

sábado, 28 de diciembre de 2024

RELATO CORTO: EL VUELO DE HELENA



En un pequeño pueblo andino, cierto día llegó a vivir Helena, una mujer tan enigmática como amable, tan hermosa como inteligente, tan sensible como valiente. De bella figura, cabello azabache y mirada inquietante. Nadie sabía de dónde venía, si tenía familia o amigos, pues nunca la visitaban ni ella viajaba. Simplemente llegó y se quedó. ¿A qué se dedicaba? Tampoco se sabía, pero poco a poco se fue integrando con los lugareños y terminó enseñando en la escuela.

Al atardecer, cada día caminaba por un sendero que daba a un pequeño abismo, cuya vista era un regalo para sus ojos. Lleno de vegetación y color, le gustaba admirar a los pájaros que volaban libremente y se posaban en las flores. Sonreía al verlos cortejarse entre ellos. Pasaba media hora contemplando el horizonte y luego regresaba a casa.

Todos en el pueblo empezaron a inventar historias sobre ella. Nadie se atrevía a preguntarle por su pasado. Algunos decían que huía de algo o alguien; otros, que había perdido seres amados y se quedó sola en el mundo. También murmuraban que la habían abandonado en el altar y, los más creativos, decían que era un ser mágico que había llegado para proteger al pueblo.

Helena estaba a gusto en su pequeña casa. Los vecinos siempre estaban pendientes de que no le faltara nada, la invitaban a las celebraciones tradicionales, las fiestas de cumpleaños, le contaban las leyendas del lugar y las historias que se transmitían oralmente de generación en generación. A ella le gustó mucho una de ellas, la de la fundación del pueblo. Una de las indígenas fundadoras, llamada Wayta, sufrió mucho por defender a su gente y lograr conseguir esas tierras. Tenía un corazón bondadoso y puro, pero confió demasiado en el hombre que la traicionó. Wayta quedó tan devastada que corrió al abismo, abrió los brazos y rogó al Dios Sol que la liberara de todo el pesar que cargaba en su alma, y se lanzó. En ese instante, le salieron alas y voló lejos; nunca más se le volvió a ver.

Tanto le impactó aquella historia que se sintió identificada con aquella mujer. Helena también quería liberarse de todo el peso que cargaba en su alma y corazón. Todos la llenaban de elogio, pero rebotaban en su espalda como plumas que iban completando aquellas alas imaginarias. Cierto día, llegó un forastero preguntando por Helena. Todos sintieron curiosidad, pues, en los cuatro años que llevaba viviendo allí, nunca había recibido visita alguna El hombre entró a la casa de Helena y se quedó por lo menos un par de horas. Luego, así como vino, se fue.

Nunca Helena tuvo la mirada más perdida y triste. Poco a poco dejó de ser la mujer que todos conocieron: ya no confraternizaba e iba adelgazando con el pasar de los días. La última vez que la vieron fue en la iglesia. Ella dejó un donativo, los miró a todos, les dio una sonrisa sincera de agradecimiento y salió de allí.

Desde ese día, no la volvieron a ver más. Su casa quedó limpia; cada una de sus pertenencias estaba etiquetada como regalo para la gente del pueblo. Se tejieron nuevas historias. Unos decían que era la indígena Wayta y había regresado para ver de nuevo a su pueblo; otros, que había vuelto a huir en la noche hacia otro lugar para que no la encontraran. Los más avezados aseguraban que, como Wayta, estiró los brazos, le salieron alas y voló lejos, siendo liberada de sus penas. Así, cada uno fue inventando una historia tras otra sobre la mujer de mirada enigmática pero amable.

Helena, Helena… un alma rota, pero no perdida; un corazón triste, pero no desesperanzado. Ella solo quería paz, libertad, olvidar, volver a nacer, volver a creer. Y estiró sus brazos, sus alas se abrieron y voló. Voló lejos, voló como los pájaros que tanto admiraba, voló hacia el cielo sin más despedidas que el adiós al cuerpo enfermo que la contenía.



Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024.

Imagen generada por IA.

sábado, 14 de diciembre de 2024

POEMA: TÚ

Tú, mi refugio 
en la tormenta,
y mi abrigo 
en una fría temporada.
 
Tú, la luz que me alumbra 
en medio de las sombras,
y las estrellas que me miran 
cuando me inunda la nostalgia.
 
Tú, la dulce paz 
con la que despierto cada día,
y la seguridad 
ante cualquier adversidad.
 
Tú, el amor que soñaba 
en largas veladas,
y el cariño que necesitaba 
para que mis heridas sanaran.


Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2002.

Imagen generada por IA.

domingo, 8 de diciembre de 2024

RELATO CORTO: UN LUGAR SOÑADO

Kiara y Jenifer eran amigas desde muy pequeñas. Se conocieron en el nido al coger el mismo ábaco. Ninguna peleó; simplemente se miraron, sonrieron y jugaron con las bolitas de colores.
Desde ese día, desarrollaron una gran afinidad. A pesar de estudiar en colegios distintos, su amistad creció y se fortaleció con los años.

Solían reunirse en casa de Jenifer y soñaban con viajar, recorrer el mundo para conocer, explorar y, ¿por qué no?, enamorarse de algún lugareño.
Tenían un mapa donde marcaban sus destinos favoritos y siempre discutían sobre cuál sería el primero. Esas riñas, sin embargo, no duraban mucho: un par de caramelos o chocolates, cuidadosamente escondidos en el velador de Jenifer, bastaban para apaciguar cualquier desacuerdo y terminaban riendo, porque, al final, no importaba por dónde empezaran, siempre lo harían juntas.
Ambas llevaban una cadenita de plata con un colgante en forma de ábaco, recuerdo del día en que se conocieron. Fue un regalo que sus padres les dieron una Navidad que pasaron juntas, cuando tenían quince años.

Al terminar la universidad y conseguir sus primeros trabajos, comenzaron a ahorrar cada moneda y billete con el firme objetivo de viajar. Se imaginaban recostadas sobre un suave césped, rodeadas de árboles, mirando montañas, oliendo flores, respirando aire puro, riendo, conversando, soñando y, por supuesto, brindando con vino.
Sin embargo, la repentina muerte de los padres de Kiara pospuso el esperado viaje. Jenifer, como una verdadera hermana, no la dejó sola. La acompañó en su duelo y esperó pacientemente hasta que ambas estuvieran emocionalmente listas para aventurarse por el mundo. A pesar del dolor, Kiara sabía que necesitaba viajar; su papá siempre la había animado a seguir sus sueños.

Finalmente llegó el día. Su primer destino sería la bella Suiza. Habían investigado la mejor temporada para ir y planificado todo: hospedaje, lugares turísticos, restaurantes y otros sitios por descubrir.
Su llegada a Suiza fue un sueño hecho realidad. La emoción desbordaba sus corazones, que latían como si miles de caballos galoparan a la vez. Al llegar al hotel, no pudieron resistir la tentación de saltar en la cama como niñas. Tanto brincaron que sábanas, cobijas y almohadas acabaron en el suelo, mientras ellas reían con la felicidad absoluta que da cumplir un sueño, sobre todo cuando se comparte con alguien especial.
Agotadas por el viaje y la emoción del momento, se durmieron profundamente tras la cena, soñando con las maravillas que les esperaban al día siguiente.

Por la mañana visitaron los Alpes, un paisaje idílico que superó sus expectativas. Había infinitos tonos de verde en las montañas, árboles de formas diversas, flores de colores y tamaños únicos, y pequeños senderos que invitaban a ser explorados. Finalmente, se recostaron sobre el césped, sintieron el calor del sol en sus rostros, cerraron los ojos y respiraron profundamente. El aire olía a naturaleza, a sueños cumplidos, a amistad y a recuerdos. Por supuesto, no faltó el vino para brindar por la vida, por los padres de Kiara y por ellas mismas.
El viaje les regaló paisajes aún más hermosos, llenos de colores. Tomaron tantas fotos y grabaron tantos videos como pudieron para capturar cada momento. Aunque los olores, las emociones y la calidez del lugar eran imposibles de inmortalizar, intentaron describir con palabras lo que sentían, porque lo que alguna vez imaginaron de niñas, ahora lo vivían con plenitud.


De regreso a casa, comenzaron a planificar su próximo viaje. Sin embargo, este se pospuso tres años, pues Jenifer enfermó gravemente. Kiara estuvo a su lado en cada paso, cada procedimiento y cada intervención. No importaba cuánto tiempo tuvieran que esperar: sabían que su próximo viaje sería incluso mejor que el primero.
El destino elegido fue Grecia. Cuando finalmente lograron ir, repitieron su tradición: saltar en la cama hasta que todo terminara en el suelo, incluida la sábana. Así como la naturaleza renace cada día, ellas también renacían con cada prueba. Estaban listas para seguir explorando, descubriendo el mundo y, ¿por qué no?, enamorarse de algún lugareño.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2004.

Imágenes generadas por IA

martes, 3 de diciembre de 2024

POEMA: ABRAZARTE

 

Algún día, mis sueños
se harán realidad,
podré tocarte,
podré abrazarte.

Porque mi anhelante corazón
te siente en cada oración,
y a mi acongojada alma
tú le devuelves la calma.

Cerrando los ojos,
te imagino a mi lado,
y en mis sueños,
voy a tu encuentro.

¿Sabes? Te necesito,
necesito que escuches
mis palabras y sientas mi llanto,
necesito… abrazarte.


Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2003.

Imagen generada por IA.

sábado, 30 de noviembre de 2024

RELATO CORTO: LA RAYUELA DE COLORES


Durante las tardes vacacionales de verano, Manuel, María, Juana y Leandro, un grupo de abuelitos octogenarios, salían a pasear al parque. No solo eran vecinos, sino también amigos entrañables del barrio. Originalmente, eran un grupo de seis personas, pero la ley de la vida, implacable, fue dejando bancas vacías en el parque.

A pesar de las ausencias, los que quedaban formaban un grupo muy unido. Se ayudaban en lo que podían y disfrutaban de cada tarde viendo jugar a los niños, alimentando a animalitos sin hogar, leyendo el periódico o charlando sobre alguna novedad en casa. Pequeños detalles que ellos valoraban muchísimo.

Con el tiempo, cada día eran menos los niños que visitaban el parque. La tecnología había comenzado a reemplazar los juegos y risas. Los pocos niños que aún llegaban corrían, saltaban y, cuando parecían aburrirse, los abuelitos les enseñaban a jugar rayuela. Aunque los entretenía por unos quince minutos, pronto se aburrían y se dirigían hacia los juegos mecánicos.


Manuel solía iniciar las conversaciones con cierta nostalgia:
—En nuestros tiempos… no nos aburríamos. La rayuela y las escondidas eran nuestros juegos favoritos.
María intervenía con una sonrisa:
—Manuel, tú hacías trampa casi siempre, por eso no nos gustaba mucho jugar contigo. Pero debo admitir que eras muy bueno escondiéndote.
Juana añadía con picardía:
—Es cierto, María. Pero nadie era mejor que yo en rayuela. Siempre ganaba, y a veces, solo a veces, les daba alguna ventaja porque me daban pena.
Leandro cerraba el recuerdo con un suspiro:
—Cómo me gustaría volver a aquellos tiempos, cuando nuestras piernas y cuerpos podían saltar y jugar. Tener a nuestros amigos nuevamente y jugar por última vez una rayuela…

De pronto, todo se oscureció y apareció un ser azul con hermosas alas y grandes ojos. Con voz dulce les pidió que no se asustaran. Les explicó que había estado observándolos por mucho tiempo y que tenía permiso para concederles un deseo a un grupo de humanos que compartieran un mismo sueño. Eso sí, el deseo solo podría durar una hora.
Los abuelitos se miraron con asombro y tomados de la mano aceptaron la oferta. Al instante, volvieron a ser niños de ocho y nueve años. Y, como si fuera poco, junto a ellos estaban Alonso y Javier, sus amigos de siempre. ¡El grupo estaba completo! Había tizas de colores en el suelo y ellos vestían como en su infancia: vinchas, moños, pantalones cortos y vestidos.
A pesar de que parecía un sueño, no perdieron tiempo. Comenzaron a jugar, a correr por todo el parque y, finalmente, a disfrutar de su juego favorito: la rayuela. Como era costumbre, Juana ganó el primer lugar, y los demás le reclamaron a Manuel sus trampas. Fue una hora mágica, un verdadero regalo.

Al terminar el tiempo, aquel ser azul reapareció y les habló dulcemente:
—Mis queridos niños, mis amados seres humanos, este regalo ya cumplió su propósito. Es hora de regresar, de volver y continuar.
Batió sus alas y desapareció, dejando solo el paisaje del parque.
Los cuatro amigos, confundidos y algo cansados, no podían creer lo que acababa de pasar. ¿Acaso todos habían tenido el mismo sueño? Pero parecía imposible, ya que la rayuela que habían dibujado seguía en el suelo. Leandro intentó saltarla, pero se le hizo difícil. María lo abrazó y le dijo con ternura:
—Hemos tenido una buena vida. Si fue un sueño o un regalo, no lo sabemos, pero sí que lo hemos disfrutado.

El grupo siguió visitando el parque hasta que, dos meses después, ya solo quedaban tres. Manuel había dejado su espacio en la banca vacío. Aun así, los amigos restantes continuaron enseñando a los pocos niños que iban al parque cómo jugar rayuela.

Con el tiempo, las bancas quedaron vacías. Los niños, al notar su ausencia, empezaron a extrañarlos. Sin embargo, seguían dibujando rayuelas en el piso y jugando, como si los abuelitos aún los observaran desde aquellas bancas con sus sonrisas bonachonas.

Los niños y vecinos aprendieron una valiosa lección: las buenas acciones y los buenos momentos se transmiten con el ejemplo y se disfrutan día a día. Así, los bancos del parque volvieron a ocuparse, esta vez por nuevos grupos de amigos que continuaban con la tradición, recordando a aquellos primeros abuelitos que les enseñaron el valor de compartir y disfrutar juntos.

Escritora: María Karla Becerra Cabanillas
Escrito en el año 2024.

Imágenes generadas por IA.

DESTACADOS

POEMA: MIS CONDICIONES

Te puedo regalar un beso, pero no mi corazón. Te puedo regalar un abrazo, pero no mi regazo.   Te entrego mi cariño, pero no mi amor. Te ent...